El hombre tiende a comer lo que más le
satisface a sus sentidos. Difícilmente reflexiona y escoge
lo que más le gusta, no lo
que considera más nutritivo. Tal inclinación tiene su origen en el
desconocimiento de la estrecha relación entre lo que comemos y nuestro estado
de salud corporal y mental y nuestra longevidad.
Solo hasta fechas muy recientes se ha
difundido una gran cantidad de información al respecto. Lamentablemente es muy
frecuente que mucha de esa información se encuentre fragmentada, sesgada
(distorsionada) por los intereses o puntos de vista particulares de quien la
difunde o por profesionales o funcionarios públicos o académicos que sostienen
corrientes de pensamiento anticuadas y ya superadas por los hallazgos
científicos recientes.
Así hay miles de personas, profesionales o no, que mediante libros, artículos,
conferencias, pláticas, congresos, cursos, sitios Web y blogs, difunden masivamente conceptos
equivocados, anticuados y rebasados por la evolución la nutriología
impulsada por nuevos y revolucionarios conocimientos científicos.
Para el público consumidor resulta muchas
veces confuso, contradictorio o inefectivo lo que lee, escucha y practica. Y el resultado de tanta
confusión es que la prevalencia
de obesidad y de las demás enfermedades relacionadas a una mala alimentación, se encuentran
creciendo epidémicamente al grado de que de representar ya un problema público
de gran magnitud tanto para el individuo, como para las familias, las empresas,
la sociedades y los gobiernos. Las estadísticas, las encuestas y los
datos publicados y difundidos
últimamente son verdaderamente alarmantes y nos demuestran de una manera
simple, que lo que la gente esta comiendo, no es sano.
